Ser como la hoja en el árbol, que se estremece ante las continuas acometidas del viento de la mañana invernal de marzo, que se estremece y se acostumbra a esa sensación. Que se acostumbra y le gusta, se divierte. Que ya no te le teme al viento, se burla de él. Que se siente más fuerte que nunca, que se siente invencible, como si ningún viento fuera capaz de vencerla. Que ya no le teme a la lluvia, ni tampoco a el sol. Que nadie podrá contra ella y su fuerza.
Y el árbol, uno muy grande y con muchos años encima, se siente orgulloso de tener una hoja tan valerosa como ella. Se contagia de su vitalidad y continúa creciendo más y más, hacia arriba, hacia el cielo. Tanto que parece casi tocarlo. En ocasiones pareciera como si jugara con las nubes, como si las acariciara. Es increíble su majestuosidad. Los niños, al ver a este árbol recuerdan la extraordinaria belleza que la naturaleza tiene para ofrecer, no sólo a ellos sino a cada ser existente en la Tierra. Es tan hermoso verlo, que ellos regresan cada semana a contemplarlo durante varios minutos, como hipnotizados. A veces cierran los ojos, a veces sonríen, y a veces suspiran. Luego cuando lo creen oportuno, se despiden del árbol y empiezan a jugar alrededor de él. Era muy inspirador observar todo este ritual.
Lo lamentable ocurriría una tarde de abril, cuando los niños llegaron como de costumbre a ver al árbol, y él ya no estaba. Los niños se desesperaron, lloraban en su interior, no sabían que decir, sólo se miraron unos a los otros como abrazándose con las miradas. Lo único que atinaron a hacer fue sentarse en lo poco que había quedado del árbol. Lo hicieron así, para recordarlo. De pronto la amargura se esparció por cada rincón del bosque. Tanta majestuosidad había sido reducida a un simple tronquito de menos de un metro que salía de la tierra.
El fatal crimen había sucedido muy temprano en la mañana. Mientras todas las hojas del árbol aún dormían plácidamente, abrigadas por el calor que emanaba de las ramas que las sostenían. Fue un violento sacudón lo que las despertó. Fue tan violento que algunas se abrazaron entre sí. Otras más curiosas se animaron a mirar hacia abajo para ver cuál había sido el culpable de ese incómodo despertar, y lo que vieron las espantó.
Casi una decena de hombres se encontraban al rededor del árbol con unas máquinas que hacían un ruido ensordecedor. Cada uno introducía en el tronco del árbol unas afiladas puntas que estas máquinas tenían en un extremo. Lo estaban talando, e incluso en algunos de estos hombres se podía observar una sonrisa de placer al hacerlo. Ellos no escuchaban nada, pero el árbol y cada una de sus hojas lloraban con desesperación al presentir su fatal destino. Los otros árboles y los animales que se encontraban cerca de ellos los acompañaban en su llanto. Era una escena verdaderamente desgarradora.
Llegado a un punto, y con el árbol ya muy débil como para poder sostenerse, los hombres lo empujaron para hacerlo caer. Las ramas intentaron sostenerse de lo que más podían pero su intento fue en vano. De un momento a otro ya se encontraban cayendo, y el suelo que antes parecía tan distante, ahora se lo observaba cada vez más cercano. Finalmente cayeron sobre él. Pero el árbol y sus hojas, aún con el fuerte golpe producto de la caída, encontraron fuerzas para despedirse de los demás árboles y los animales. Luego sonrieron, cerraron los ojos y no los volvieron a abrir nunca más.
Los hombres, ya con el árbol muerto, procedieron a cortarlo en partes, y subieron cada una de éstas en unas enormes plataformas, las cuales se dirigirían hacia una fábrica, para en el futuro convertirse en un lindo juego de muebles que una familia común y corriente disfrutaría teniendo en la sala de su casa.
♪♫ [Mucha experiencia - Los Pericos]