Ahí estaban los dos, sentados en esa vieja banca de madera que había en la terraza de la casa de ella. La misma banca en la que alguna vez habían jurado no separarse nunca, y era esa misma terraza en la que de igual manera muchas veces estuvieron a punto de darse por vencidos en esa batalla que ambos mantenían en secreto el uno con el otro. Esa terraza además era especial porque tenía una vista excelente, ya que permitía observar gran parte del pueblo: la escuela, el centro de salud, el bar de don Pablo, incluso a lo lejos se podía ver el puerto y apenitas, apenitas, también se podía distinguir a la gente que subía y bajaba de los barcos.
Uno se podía pasar horas y horas observando a esa gente, la gente del puerto, imaginando o inventándose una historia para cada uno de ellos, tratando de descifrar por qué razón venían a ese pueblo tan alejado de las grandes ciudades. Un pueblo muy poco conocido y bastante aburrido, y eso era de esperarse ya que no tenía ningún sitio de atracción para los turistas.
Así pasaban ambos cada tarde sentados en esa terraza, observando, pensando, imaginando, teniendo un montón de ideas sobre cada persona que alcanzaban a ver a lo lejos en puerto, y entre todas esas ideas casi oníricas que cada uno tenía, la más frecuente era la de que quizá una de esas personas sería la que resolviera su complicado dilema y la que los liberaría de eso que los había mantenido esclavos tanto tiempo, pero que aún les era muy doloroso de reconocer.
Y en esa idea se encontraban prisioneros los dos, porque a decir verdad ambos se amaban como muy pocos otros han podido hacerlo, ellos se amaban como no habían amado a nadie en la vida y como nadie los podría amar en el futuro, pero reconocían que su amor no tendría ningún futuro en otro lugar, porque eran esas calles polvorientas las que habían forjado su amor y de esa mismas calles dependía gran parte de ese sentimiento.
Lo que ellos no sabían era que su amor ya estaba muerto, o mejor dicho enfermo, enfermo en estado terminal, y que todos los momentos que pasarían juntos desde ese preciso instante en adelante, sólo serían un espejismo, un analgésico para calmar un poco el dolor que existiría dentro de sus almas cuando su amor por fin llegara a su final.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
A que no te atreves a comentar, cobarde.