lunes, 4 de octubre de 2010

Pequeña historia de amor

Había tenido una semana muy pesada. Tenía muchas cosas rondando por mi cabeza que me generaban cierto estrés, y existía la incertidumbre de un futuro muy dudoso. Entonces pasó por mi cabeza la idea de que hace un año había tomado una decisión equivocada y que cargaría con ese pesar por mucho tiempo.
No estaba muy feliz que digamos de como marchaba mi vida por esos días y eso me conducía a pensar en aquellos tiempos en que todo marchaba bien a pesar de que contaba con menos de lo que contaba en ese momento. Aquellos días sí que me los pasaba bien. La estadía en el colegio era muy agradable, siempre muy espontánea, llena de risas y de palmadas de amistad en la espalda. A la tarde solía pasar en casa de algún amigo. La mínima cosa nos producía una carcajada interminable que siempre concluía con un fuerte dolor de estomago. Y a la noche regresaba a la casa a seguir pasándola bien. Todos los días la pasaba tan bien que de pronto todo se volvió muy monótono. Luego de todo lo que me puso el destino en frente, esos recuerdos perduraban en mi memoria con el título de que quizá eran los mejores días de mi cortísima vida.
Con esos recuerdos, con esa incertidumbre que me llevaba a mostrar sólo sonrisas fingidas llegué a aquel lugar, al que decidí ir para despejar un poco la mente, a intentar revivir esos buenos momentos que me llevaron a tomar más de una decisión apresurada, a intentar volver a ser el mismo de antes... y algo me decía que esa noche el destino tenía planificado una sorpresa para mi.
Me acompañaba un viejo amigo al que no veía desde hace mucho. Avanzamos por el pasillo que conducía al salón en el que se iba a llevar acabo la ceremonia. Nos ubicamos en los asientos que habíamos reservado y cómodamente aguardábamos el inicio de la ceremonia. Entonces fue cuando sin previo aviso una mano se posó sobre mi hombro, me gire extrañado para percatarme de quien era, y... eras tú. Habías cambiado mucho desde la última vez que te había visto. La dulce niña que me había robado los sueños a lo largo de toda mi infancia ahora se había convertido en una hermosa mujer. Fue una linda sorpresa encontrarme contigo en aquel lugar y en aquel momento de mi vida. Charlamos durante toda la noche, recordamos viejos momentos que pensaba que ya los habías olvidado. Ya habían pasado muchos años desde la última vez que nos vimos y teníamos mucho que conversar. 

Después de mucho me contaste que habías ido a aquel lugar por la misma razón que yo. Que también estabas pasando por momentos difíciles. Que el volver a verme te había provocado una inmensa alegría y, que al igual que yo nunca habías olvidado lo que vivimos juntos. Las torpezas que hacía para llamar tu atención, torpezas que a la larga terminaron conquistándote. Recordamos el recreo en que tomé valor para darte el primer beso. Recordamos aquella tarde que lloraste en mi hombro por la muerte del perrito que te había regalado tu abuelita. Recordamos lo mucho que nos queríamos. Y sobre todo de ese ingenuo amor que solucionaba cualquier problema con sólo tomarnos de la mano. Recordamos con angustia el día en que nos despedimos en la parada de autobús y juramos volver a vernos.
Nos sumergimos tanto en el conversación que no nos percatamos que éramos los únicos que quedábamos en el salón. Entonces sonó mi teléfono. Era mi amigo, el cual me esperaba impacientemente en el parqueadero para poder regresar a casa.
Intercambiamos números telefónicos para mantenernos en contacto. Me diste un beso en la mejilla y corriste a tu auto.
Al llegar a mi casa me dispuse a descansar pero, mi mente no dejaba de dar vueltas, no podía dejar de pensar en ti. Giraba de un lado a otro en la cama pero no lograba conciliar el sueño. Eran ya las 3:AM pero mi corazón sabía lo que debía hacer.
Marqué tu número, no timbró ni siquiera dos veces y me contestaste. Los recuerdos tampoco te habían permitido dormir. Sin mucho prólogo acordamos una cita al día siguiente para seguir charlando.
Nunca me había arreglado tan bien para una cita, pero no fue en vano, porque desde esa tarde nos dimos cuenta que éramos el complemento que nos había hecho falta durante toda la vida. Que si el destino se equivocó al separarnos ahora nos tenía preparado días muy felices para ambos.
A la semana siguiente estábamos viajando rumbo a Punta del Este. La pasamos tan bien que decidimos alargar un poco nuestras vacaciones.
Hoy ya han pasado 11 años desde ese día, y nos disponemos a tomar el avión que nos llevé a Ecuador para que nuestras dos hijas conozcan la tierra en que sus padres iniciaron su amor, amor que aún nos produce las mismas mariposas en el estomago como cuando nos dimos el primer beso.

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